Buenos Aires, La Manta celebró su aniversario número treinta de existencia como Parroquia, motivo éste para exaltar a uno de los primeros gestores de esta obra, el Sacerdote Cubano, Pascual Martínez, que con su particular forma de ser y hacer vida su sacerdocio cautivó a esta población.
La comunidad expresó su alegría por poder agradecerle personalmente su aporte en la edificación de su Parroquia; también se consagró para el sacrificio Eucarístico el nuevo Altar, que por iniciativa del Párroco Luis Carlos Galeano, junto con la ayuda de la comunidad, se hizo posible para este trigésimo aniversario.
El obispo diocesano manifestó su gratitud al Padre Pascual por su servicio y entrega, también participaron de la celebración, los sacerdotes, Alfredo Ramos, Vicario de Pastoral, Evaristo Pertuz y Dagoberto Alonso Renals, Sacerdotes Nativos de Buenos Aires; éste último, presidente del Tribunal Eclesiástico de Barranquilla.
Una vez hecho todos los saludos respectivos; en su homilía el Pastor Diocesano, reflexionó sobre la Liturgia de la Palabra, en dos momentos:
1) Jesús nos da la Victoria
Venimos a darle gracias a Dios, el ha venido a quitar el dolor. La Parroquia (Lugar) es Dios que visita a su pueblo, Dios que llega a quedarse. Hoy el Señor en su Palabra está poniendo la medida, vivir para la Resurrección, no somos seres para la Muerte. Jesús ha venido a triunfar del mundo, Él venció al mundo pecador, por ello la gran invitación es a vencer el mal y el pecado; para eso, se ofrece en la Cruz, para hacernos partícipes de su Victoria.
2) Bautismo, Sacerdocio y Consagración
Puso de relieve el Altar (consagrado en esta celebración) que es signo de Cristo (sacerdote y víctima). Las llagas de Jesús nos purifican, Él nos lo promete, cuando dice, “Coman mi cuerpo y beban Mi Sangre, entregados por la Salvación del Mundo”.
Desde el bautismo, somos consagrados, para pertenecer sólo Él. Somos cristianos, estamos en este mundo, pero no somos del mundo. El sacerdocio es un don, el Señor quiso quedarse en los sacerdotes y éste está llamado a vivir como Cristo (Alter Christi).
Cada sacerdote es una ofrenda, renuncia a una vida afectiva natural, para ser testimonio de entrega y amor a Dios. No toman mujer, porque aspiran a una realidad más trascendente. Cada día el sacerdote, debe revivir el don recibido en cada Eucaristía que preside y celebra con su comunidad. La señal del cristiano, es la Eucaristía.